Pensar, hacer y sentir

Hay algo mágico y muy entretenido en ver programas de cocina, quizá sea un gusto personal debido a lo mucho que disfruto de cocinar y sobre todo de comer. Sin embargo, creo que pocos pueden asegurar que por haber visto varios programas de cocina, ahora pueden ser considerados chefs profesionales. De igual forma, podré disfrutar de los programas de reparación de autos y eso no me hace precisamente un mecánico experto. Y definitivamente nunca me dejaría operar por alguien que simplemente ha visto todos los episodios de algún programa de salas de urgencias.

Me parece que pocas personas pueden estar en desacuerdo con lo que menciono en el párrafo anterior. Simplemente conocer el contenido de una actividad humana no te hace capaz de ejercerla. Del libro a la realidad a un largo trecho. Por esos los estudiantes de medicina y cualquier otra profesión que requiera de gran precisión deben prepararse mediante la práctica de lo aprendido. Si esto es una realidad evidente de la cual nos hemos podido percatar como sociedad, ¿por qué seguimos pensando entonces que nuestros hijos o estudiantes van a obtener la preparación adecuada por medio de llenar un libro de texto?

Los programas de entretenimiento de la televisión son eso, entretenimiento, no son una preparación para convertirse en un profesional. Pareciera entonces que lo que buscamos lograr utilizando libros de texto en la educación escolar es brindar un entretenimiento a los estudiantes en lo que crecen. Un muy aburrido entretenimiento por cierto, aún no conozco a alguien que libremente compre libros de texto para resolverlos y así pasar una tarde amena. Estoy seguro que si no es porque se obliga a los estudiantes a resolver los libros de texto, estos simplemente no tendrían mercado. Es nada más porque existe un proceso coercitivo al que sometemos a la niñez, que como padres nos vemos en la obligación de tener que comprar estos libros de texto.

Por si esto fuera poco, al terminar de resolver los libros, éstos pierden su valor y son desechados. Además, el problema es que lo que se desecha no es sólo el libro físico, sino el poco conocimiento que se pudo haber adquirido. Después del examen todo esto nos es de poca utilidad y el cerebro muy inteligentemente hace entonces espacio para almacenar nueva información.

Ahora esto no ocurre con toda la información y conocimientos que se nos van presentando en la vida. Existen acontecimientos que nos impactan y que el cerebro entonces busca almacenar a más largo plazo. Aprender a montar bicicleta es algo que no se olvida, pero tampoco olvidamos la primera vez que nos enamoramos o cuando nacieron nuestros hijos. Asimismo, las habilidades que necesitamos emplear en el día a día no las desechamos al finalizar nuestra jornada o al momento de cambiar de trimestre. ¿Por qué? porque son relevantes, porque se han vuelto significativas en nuestra vida. Nos impactaron de varias maneras, nos hicieron cambiar y crecer como personas. Allí está precisamente la clave de un aprendizaje real. Para que verdaderamente seamos capaces de aprender algo, debe ser significativo para nuestra vida. ¿Cómo podemos hacer entonces que un aprendizaje sea significativo?

La respuesta está en poder implicar todas las dimensiones del ser humano, es decir, no sólo nuestro pensar, sino también el sentir y el hacer. Cuando algo nos conmueve, nos emociona, también deja una huella en nuestro ser, por eso recordamos al primer amor. Cuando aprendimos a montar bicicleta implicamos nuestro cuerpo y eso causó un impacto en nuestra memoria motriz. Eso mismo es lo que deberíamos de buscar también con el aprendizaje, brindar una experiencia que nos impacte. Un simple libro de texto que busca dar información y nos ofrece algunos ejercicios a resolver, poco puede lograr en el sentir y en el hacer. Es más, si lo resolvemos mecánicamente como suele hacerse, tampoco puede ofrecer mucho en el pensar. Esa repetición inconsciente de ejercicios poco aporta a nuestra vida.

Por eso la pedagogía Waldorf propone diferentes actividades que apelen al hacer, como cultivar una huerta, tejer, hacer carpintería, esculpir cocinar y construir. Dependiendo de la edad los proyectos se van haciendo cada vez más complejos, pero no se abandona el hacer (la voluntad) como en los sistemas tradicionales. En mi experiencia como docente he tenido la fortuna de guiar proyectos tan complejos como la construcción de un pabellón o la realización de un mural de tierra. Pero además, el sentir se cultiva a través del arte, la mejor herramienta que tiene el ser humano hasta el momento para expresar y trabajar nuestros sentimientos. Por eso una canción, una película, un poema puede hacernos sentir tanto y dejar una marca profunda en nuestro ser.

Así que independientemente del sistema educativo, lo primero que deberías preguntarte es si las actividades propuestas cultivan el pensar, el sentir y el hacer. ¿Existen proyectos retadores que logren implicar a los estudiantes en estas tres dimensiones o todo el aprendizaje se reduce a llenar mecánica e inconscientemente libros que generan poco impacto en los estudiantes? Un ser humano completo debe cultivar su intelecto, pero también la parte emocional y la voluntad. Sabiendo esto, ¿cómo vas a incluir el pensar, el sentir y el hacer en tu próxima actividad?

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