Tu hijo no te pertenece

Little girl flying a kite

Desde que empecé a pensar en ser educador, alrededor de los 20 años, mis ideas sobre la paternidad fueron cambiando de diversas maneras. Desde querer tener muchos hijos, hasta momentos donde pensaba que quizá lo mejor era no tener ninguno. Pero, sin duda, una de las cosas que más me entusiasmaba de ser padre, era que como educador iba a poder formar a mi hijo o hija de la forma «correcta». Durante los años universitarios comúnmente nos encontramos llenos de ideales de cómo debería ser la vida, cómo deberían comportarse las personas y qué es lo correcto. Así que no había aspiración más grande que poder tener la oportunidad de emplear todas estas formas correctas y poder educar a una persona sin los obstáculos que presenta el que tengan otros padres que «sí cometen errores».

Este pensamiento era ingenuo, no sólo por lo cerrado de pensar que existe una sola forma correcta de hacer las cosas, sino además, porque da por sentado que los seres humanos vienen al mundo como una tabula rasa capaz de ser moldeada al antojo de quienes vinieron antes al mundo. Desde que nuestros hijos son muy pequeños podemos darnos cuenta que esto no es así. Nuestros hijos no son seres domables que podamos controlar con un mando a distancia. Quizá hay quienes decidan entrenar el sueño de sus hijos o maestras que por medio de prácticas conductistas recompensen el «buen comportamiento» y repriman el «malo». Además de lo relativo de lo que un buen o mal comportamiento pueda llegar a ser, lo que definitivamente no podemos llegar a controlar es lo que nuestros hijos sienten por dentro, lo que anhelan y quienes son en esencia.

Esto se hace evidente cuando se comparte con hermanos gemelos, a pesar haber sido criados en el mismo entorno y compartir su ADN, siempre hay uno que es más extrovertido que otro, puede que uno esté más inclinado al arte y el otro a los procesos lógicos, etc. Así, existen diferencias evidentes que nos hace capaces de distinguir a uno del otro. Es decir, nuestra individualidad viene dada desde el nacimiento y aunque nuestro entorno y nuestra genética son factores fundamentales para determinar quiénes somos, siempre contamos con una esencia individual que nos hace ser diferentes.

Darnos cuenta de esto es un paso fundamental para entender lo que nos propone la crianza consciente: nuestros hijos son seres soberanos. ¿Qué significa este enunciado? Sencillamente quiere decir que nuestros hijos son seres que se gobiernan a sí mismos. Esto no significa que sean independientes, autosuficientes y que no necesiten de guía alguna. Por supuesto que los niños son dependientes de sus padres para su alimentación, vivienda, protección y educación, pero esto no significa que sus padres controlen su mundo interior. Los padres no podemos controlar los sentimientos de nuestros hijos, podemos brindarles herramientas para procesarlos de manera sana, pero no podemos decidir qué es lo que deben sentir. Asimismo, podremos ser una influencia grande en sus gustos, sus deseos, anhelos y prioridades, pero definitivamente no podemos definirlos por ellos.

«Sencillamente quiere decir que nuestros hijos son seres que se gobiernan a sí mismos.»

Reconocer esta soberanía, este autogobierno del mundo interior de nuestros hijos, es de vital importancia porque cambia completamente el enfoque de nuestra crianza. En lugar de trazar un plan que llene mis expectativas y mis anhelos, darme cuenta que mi hijo es un ser distinto y separado de mí, hará que cambie mi rol de ser director de orquesta a ser un acompañante que provee protección y bienestar. Nuestros hijos no necesitan padres que les organicen la vida y que les provean un manual de instrucciones que simplemente deben cumplir. Lo que nuestros hijos necesitan es poder enfrentarse a la vida siendo ellos mismos, pudiendo disfrutar su individualidad y ejerciendo su soberanía a plenitud. Nuestro rol como padres es entonces ser los protectores y proveedores en un inicio, pero luego convertirnos en los acompañantes y el apoyo de nuestros hijos cuando sus decisiones lo requieran.

Al final el anhelo máximo de un padre es ver que su hijo o hija logró alcanzar su autorrealización, pero ojo que esta palabra lleva el prefijo «auto» que significa «por sí mismo». Permitir, potenciar y acompañar esa autorrealización es lo único que al final nos traerá paz y felicidad a nosotros como padres. Si tenemos un plan predefinido, un camino previamente trazado que esperamos que nuestros hijos recorran, nuestra vida se llenará de frustración cuando ellos no deseen tomar ese camino. Nos empezaremos a preguntar qué hicimos mal, en qué momento se torció nuestro plan que estaba tan bien diseñando. Mientras que si por el contrario, nuestros hijos logran seguir al pie de la letra el camino que hayamos diseñado para ellos, la frustración entonces nacerá entonce en ellos, por no haber podido decidir, por no haber podido ejercer su soberanía. Por esa razón hay tantas personas frustradas con la carrera que siuguieron, la pareja o el empleo que tienen.

Eso sí, vale la pena recalcar nuevamente que el hecho que nuestros hijos sean seres soberanos no significa que sean independientes por completo y que no debamos ser guías. Por supuesto que un niño de cinco años no debería de ser el que decida en qué momento ir a dormir o que un pre-adolescente de 12 años decida ingerir bebidas alcohólicas y fumar tabaco y que nosotros lo permitamos para respetar su soberanía. Los niños requieren de contención, ser soberanos no significa no cuidar de ellos. Que sean soberanos no significa que debamos exponerlos a situaciones que les hagan daño porque ellos así lo decidieron. O más grave aún, permitir que ellos pasen por encima de la soberanía de otras personas sin saber regularse y contenerse. Ser soberano no es lo mismo a ser un niño abusivo, prepotente o que consiga todo a base de berrinches. Por supuesto que la crianza de nuestros hijos requiere un rol activo de nuestra parte como padres, respetar su individualidad no significa lavarnos las manos y transferir nuestra responsabilidad hacia ellos. Todo lo contrario, a lo que me refiero es que sólo por tener el papel de ser guías y protectores, esto no implica ignorar la soberanía de nuestros hijos y pasar por encima de sus deseos y su propia forma de sentir.

Empecé hablando de cómo cuando inicié en el mundo de la enseñanza tenía varios planes de cómo sería el entorno perfecto para mi hijo o hija. Sin embargo, muchos años después de haberme embarcado en esta fascinante aventura de la educación, cuando me enteré de la venida al mundo de mi hija, Luna, más que tener todos los materiales listos para poder enseñarle «las verdades absolutas de la vida», ahora lo que espero lograr con mi paternidad es llegar a descubrir realmente quién es ese ser que nació para que yo tuviera la fortuna de ser quien la acompaña en las primeras etapas de su vida.

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