Preescolar: El septenio de lo bueno

Los ideales de lo bueno, lo bello y lo verdadero surgieron en la cultura occidental hace miles de años. Así como los antiguos griegos persiguieron estos ideales, Rudolf Steiner también buscó recuperarlos, pero además les otorgó momentos específicos en los que cobra vital importancia experimentar cada uno de ellos. Cuando hablamos de septenios, el primero de ellos se caracteriza por ser el septenio de lo bueno, luego viene el septenio de lo bello y finalizamos la educación escolar con el septenio de lo verdadero.

En este post, como lo anticipa el título, vamos a hablar un poco de por qué en el primer septenio deberíamos de buscar lo bueno como el ideal que guíe la vida de los niños, nuestros estudiantes. A los educadores de la primera infancia les es evidente que lo que estamos enseñando a nuestros pequeños es a conocer el mundo. Esto es de vital importancia para la vida de cada ser humano, la forma en que descubrimos el mundo por primera vez nos marcará por el resto de la vida. Por esa razón es que la educación preescolar tiene tanto peso en la formación de una persona. Tanto podemos hacer un bien que acompañe a nuestros alumnos por un largo tiempo, como todo lo contrario.

Dicen que las primeras impresiones son difíciles de cambiar y algo de sabio tienen los dichos que se siguen transmitiendo de generación en generación. Pues lo mismo se aplica para la vida, la primera impresión que tenemos de ella es algo que construye nuestra perspectiva, incluso en la edad adulta. Si lo primero que percibimos es que el mundo es un lugar hostil, esto puede llegar a derivar en una vida tormentosa en el futuro. ¿Quién disfrutaría de permanecer en un lugar adverso y sin bondad?

Por el contrario, si nuestra primera impresión de la vida es que es un lugar lleno de bondad, que nos protege y que es amable con nosotros, quien quisiera dejar su sitio en esta travesía. Y es que esta percepción será determinante luego en la adolescencia o en los momentos difíciles que enfrentaremos más adelante. Si el mundo que conocimos es un lugar que nos acogió con bondad, seremos capaces de darnos cuenta que los problemas y las crisis son pasajeras, que debemos resistir y trabajar para regresar a aquel lugar bondadoso. Por el contrario si la vida siempre ha sido un lugar hostil, cuando se presenten los problemas de la vida no tendremos aquel lugar feliz al cual recurrir para restablecer nuestra fe en la existencia humana.

«Dicen que las primeras impresiones son difíciles de cambiar y algo de sabio tiene los dichos que se siguen transmitiendo de generación en generación.»

Ok, pero cómo generamos como educadores un ambiente que nuestros alumnos puedan percibir como lleno de bondad. Cómo hacemos para que un bebé o un niño pequeño que aún no distingue claramente entre lo bueno y lo malo sienta que su entorno es bueno. Pues si bien es cierto que no podemos tener una conversación filosófica sobre lo que es y no un comportamiento ético, sí sabemos qué brinda seguridad y comfort a los seres humanos. Por ejemplo, en música sabemos cómo crear una armonía o en el arte plástico sabemos cómo establecer una composición que sea agradable a la vista.

Para que un ambiente exprese bondad hacia los niños del primer septenio, este debe ser un ambiente muy bien cuidado. Sobre todo que cuide los sentidos de los estudiantes, que son extremadamente sensibles a esas edades. En cuanto a lo auditivo debemos evitar los sonidos estridentes y las melodías que carecen de armonía (como lo son la mayoría de canciones infantiles populares con tonos disonantes o chillantes). De igual manera podemos cuidar el sentido de la vista, con colores cálidos y armoniosos, en lugar de figuras animadas con colores contrastantes y formas que nadie considera placenteras, pero que por alguna razón pensamos que son aptas para niños. La temperatura y el tacto también deben ser cuidados con materiales naturales y de calidad. No es lo mismo sentir un juguete de madera bien trabajado, que uno de plástico áspero que lo único que nos transmite es su cualidad de sintético e inerte.

«Sobre todo que cuide los sentidos de los estudiantes, que son extremadamente sensibles a esas edades»

Además, si prestamos atención a cómo los niños de la primera infancia aprenden, nos daremos cuenta que lo hacen por medio de la imitación. Por eso es también muy importante cuidar el entorno, pero también nuestra forma de expresarnos, de actuar, de relacionarnos con los demás. Es a través de la imitación de los adultos referentes que rodean a los niños del primer septenio que ellos irán aprendiendo. Por supuesto que si queremos formar adultos bondadosos y con buenos sentimientos, es necesario que también lo primero que ellos conozcan y que imiten luego sea este referente de bondad y empatía.

Es por eso que el papel de las maestras de primera infancia y el entorno que rodea a los alumnos más pequeños son clave. De ahí que los salones de clase en Waldorf estén llenos de colores cálidos, que las maestras canten hermosas melodías durante el día y que los materiales que se utilizan están cuidadosamente escogidos. No existen las decoraciones de vinilo de princesas de Disney o superhéroes de Marvel. Y no se trata sólo de lo material que rodea a los niños, esta bondad debe expresarse también en la relación entre las maestras, los padres y los alumnos. Así que para terminar, sin importar si la clase tiene telas colgando del techo y está decorada con colores pastel, te invito a reflexionar cómo puedes transmitir esta cualidad de lo bueno a tus alumnos.

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